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La gripe es una enfermedad respiratoria infecciosa causada por el virus influenza, del que existen 3 tipos (A, B y C) y varios subtipos. Es una enfermedad que puede presentar un amplio abanico de formas clínicas: desde infecciones asintomáticas hasta cuadros respiratorios que se pueden complicar. Los virus de la gripe circulan durante los meses de invierno en nuestro medio, produciendo epidemias estacionales. Los virus gripales que circulan cada temporada no tienen la misma patogenicidad y la susceptibilidad de la población frente a los virus tampoco es homogénea. Por ello, la intensidad de las epidemias de gripe varía de un año a otro, tanto por la cantidad de personas afectadas como por lo que respecta al espectro clínico de las infecciones. La vacunación antigripal es la medida de prevención primaria más efectiva para prevenir la gripe y sus complicaciones.
La gripe se transmite de una persona enferma a otra a través de las gotitas que se expulsan con la tos y los estornudos. La capacidad de transmisión se inicia desde el día antes de la aparición de los síntomas y persiste durante cinco días después.
Se estima que la gripe estacional puede afectar entre el 5% y el 20% de la población general, y que aproximadamente el 25% de los procesos respiratorios febriles podrían ser producidos por la gripe. Esta morbilidad elevada da lugar a un número importante de consultas médicas y de días laborables perdidos como consecuencia de la enfermedad. Además, determinadas personas, como las de edad avanzada, las que tienen enfermedades crónicas, las que están inmunodeprimidas y las mujeres embarazadas, entre otras, pueden sufrir la enfermedad con más gravedad y es frecuente que presenten complicaciones durante su evolución. Por estos motivos la gripe sigue siendo un problema importante de salud pública.
La gripe cursa con fiebre elevada, tos seca, dolor de cabeza y de garganta, dolor muscular y malestar general. También puede provocar diarreas, náuseas y vómitos, sobre todo en niños pequeños. En la mayoría de los casos, las personas se recuperan en 7-10 días.
La gripe puede afectar a cualquier persona, pero los más vulnerables de sufrir complicaciones son los niños menores de 2 años, las personas de edad igual o superior a 60 años, las embarazadas, las personas con obesidad mórbida y las personas de cualquier edad que sufran alguna de las enfermedades siguientes: cardiovasculares, pulmonares (incluida displasia broncopulmonar, fibrosis quística y asma), neurológicas, neuromusculares, metabólicas (incluida diabetes mellitus), insuficiencia renal, inmunosupresión, cáncer, enfermedades hepáticas crónicas, asplenia y hemoglobinopatías.
El diagnóstico de la gripe generalmente es clínico y no requiere pruebas de laboratorio. No obstante, el diagnóstico microbiológico es fundamental para poder disponer de confirmación etiológica en pacientes con factores de riesgo y en enfermos graves. La detección del virus en muestras respiratorias se puede hacer por cultivo, por técnicas de detección de antígeno y por métodos moleculares.
No existe tratamiento específico para la gripe. Se recomienda dar un tratamiento con analgésicos y antitérmicos (paracetamol) para aliviar o tratar algunos de los síntomas asociados a la gripe, como la fiebre o el dolor de cabeza.
Los antibióticos no curan la gripe. Solo en aquellos casos en que haya una sobreinfección bacteriana, como la neumonía, o en enfermos crónicos, puede estar indicado un tratamiento antibiótico preventivo para evitar complicaciones.
Los antivirales, como el oseltamivir o el zanamivir, pueden estar indicados en personas con alto riesgo de complicaciones para reducir la duración de la gripe y la posibilidad de complicaciones, pero se tienen que empezar a tomar antes de que pasen 48 horas desde el inicio de los síntomas.
La mejor forma de protegerse de la gripe es la vacunación y seguir unas buenas prácticas de higiene para evitar la propagación del virus. El objetivo de la vacunación antigripal anual es generar protección contra los virus gripales que circularán durante la temporada de gripe. Las autoridades sanitarias y las sociedades científicas de todo el mundo recomiendan de manera unánime la vacunación antigripal estacional de las personas de alto riesgo. Las vacunas antigripales son muy seguras y bien toleradas con una efectividad que oscila entre el 30% y el 70% para prevenir la hospitalización por gripe y la neumonía. En las personas mayores residentes en instituciones, las vacunas han demostrado ser efectivas entre el 50% y el 60% para prevenir la hospitalización o la neumonía, y el 80% para prevenir la muerte por gripe.
Dr. Tomas Pumarola, Dr. Andrés Antón, Dra. Magda Campins, Dr. Xavier Martínez, Dr. Benito Almirante, Dra. Assumpta Ricart, Dr. Carlos Rodrigo, Dr. Sebastián González.
Es una enfermedad crónica inflamatoria del esófago causada y mantenida por una reacción alérgica. Se caracteriza por la dificultad para tragar (disfagia), los atascos de la comida en el esófago (impactación alimentaria) y rupturas de la pared del esófago (perforación esofágica).
Los síntomas más frecuentes son:
Si la inflamación esofágica y los síntomas que se derivan de la misma no se tratan, persisten desde la infancia hasta la edad adulta. Esta inflamación provoca alteraciones estructurales del esófago con un proceso de remodelación de los tejidos, que lleva al desarrollo de fibrosis y a la formación de estenosis. Es decir, un deterioro funcional que afectará de manera significativa la calidad de vida de quien la sufre.
Desde su primera descripción, del año 1993, la EE presenta una prevalencia de hasta 45 casos por cada 100.000 habitantes y una incidencia de 3,7 casos por cada 100.000 habitantes y año. Eso significa que actualmente es la causa más habitual de disfagia, perforación espontánea del esófago e impactación alimentaria en pacientes jóvenes.
Para establecer un diagnóstico adecuado, se tiene que hacer una gastroscopia mediante la cual hay que tomar múltiples biopsias del esófago, ya que las alteraciones inflamatorias se distribuyen de manera moteada. Con esta técnica también se evaluará la respuesta al tratamiento.
Con el análisis endoscópico de la superficie mucosa esofágica no basta para hacer un buen diagnóstico, ya que hasta el 10-15 % de pacientes presentan una exploración endoscópica normal.
El tratamiento de la EE se basa en el uso de tres alternativas terapéuticas:
Para la prevención de las complicaciones de la EE es importante un diagnóstico temprano de la enfermedad. También es básico el tratamiento precoz y el seguimiento clínico y endoscópico.
Es una enfermedad cerebral crónica que puede afectar a personas de cualquier edad. Se caracteriza por convulsiones recurrentes provocadas por descargas eléctricas excesivas de grupos de células cerebrales. Las consecuencias pueden ser neurológicas, cognitivas, psicológicas y sociales.
La epilepsia fue definida en 2005 como “un desorden del cerebro que se caracteriza por una predisposición permanente a generar crisis epilépticas”. De esta manera, se diagnostica epilepsia cuando los pacientes sufren dos crisis o más, separadas por un espacio de tiempo que va desde las 24 horas hasta los 10 años.
La epilepsia causa episodios breves de ausencias, movimientos involuntarios, succiones, pérdida de conciencia, etcétera. Tienen su origen en una zona del cerebro (crisis focales) o en su totalidad (crisis generalizadas). A veces, van acompañadas de pérdida de la conciencia y/o del control de los esfínteres. Tienen una frecuencia que puede variar desde una a lo largo de diez años hasta varias al día.
Las crisis (ausencias, contracción muscular, etcétera) son los síntomas fundamentales y varían según el lugar del cerebro donde se inicie la crisis epiléptica.
En las crisis tonicoclónicas generalizadas (CTCG), por ejemplo, es frecuente observar la aparición de temblores, contracción muscular, sacudidas, etcétera. Son las denominadas mioclonías, simétricas o asimétricas, con la desviación de los ojos. Posteriormente, suelen ir acompañadas de un espasmo con un cierre brusco de la boca, expiración forzada y grito epiléptico.
La epilepsia es una enfermedad que afecta a toda la población, independientemente de su edad, desde antes de nacer hasta personas de más de 90 años. Se estima que tiene una prevalencia de 8 de cada 1.000 personas.
Factores asociados:
En algunos casos, la causa de la epilepsia puede ser desconocida, es decir que, aunque hay un foco de actividad epiléptica en el cerebro, las tecnologías actuales no permiten descubrir la causa que las genera. La epilepsia también puede ser genética.
Es la segunda enfermedad neurológica –después del ictus– más atendida en urgencias. Se estima que cada año unos 3.000 pacientes se visitan en nuestro centro. Un 3 % de la población acudirá alguna vez en su vida a un centro sanitario para descartar que los síntomas que tiene sean epilepsia.
Para hacer el diagnóstico tenemos que realizar:
Se recomienda evitar todo tipo de situaciones que puedan generar:
Cuando nos encontramos ante una crisis, se tienen que hacer una serie de recomendaciones para evitar posibles daños en la persona que la sufre.
El síndrome de la hipoplasia de cavidades izquierdas (HLHS, por sus siglas en inglés) engloba una serie de anomalías que tienen en común la presencia de un ventrículo izquierdo muy pequeño, denominado hipoplásico, que es incapaz de bombear la cantidad de sangre necesaria para alimentar todos los órganos y tejidos del cuerpo. En esta situación, el ventrículo derecho es el que mantiene la circulación de la sangre. Los niños que presentan este tipo de anomalías suelen tener otras estructuras del lado izquierdo del corazón de menor tamaño. A menudo la válvula mitral, la válvula aórtica o la propia arteria aorta son más pequeñas de lo que deberían. El síndrome de hipoplasia de cavidades izquierdas es una de las cardiopatías más graves que existen, aunque en centros experimentados, como el nuestro, se obtienen muy buenos resultados.
Con frecuencia se hace durante la vida fetal mediante una ecocardiografía. Con esta prueba se identifican las estructuras afectadas por el síndrome para determinar cuál es el mejor tratamiento.
Estas anomalías se suelen tratar con una intervención quirúrgica durante la primera semana de vida del bebé. Con esta operación se conectan todos los vasos que salen del corazón en uno solo para asegurar el paso de la sangre hacia el cuerpo. Esta intervención se llama operación de Norwood.
En esta primera cirugía, la sangre llega a los pulmones a través de un conducto que sale de la aorta (fístula sistémico-pulmonar). Después de esta intervención se deberán realizar dos más. El objetivo de esta cirugía es hacer trabajar el corazón solo con la sangre oxigenada que recibe de los pulmones y bombearla hacia los tejidos del cuerpo. La sangre fluye hacia los pulmones mediante la conexión de venas que llevan sangre no oxigenada (operación de Glenn y Fontan).
A los niños que han sufrido esta cardiopatía se les tiene que hacer un seguimiento estricto del neurodesarrollo guiado por expertos en este campo para evaluar la escolarización y el crecimiento del niño. Desde el punto de vista cardiológico es necesario un seguimiento estrecho, sobre todo durante el primer año de vida. Si se controla el paciente se podrá indicar el momento en el que hay que realizar cada corrección quirúrgica, cuál tiene que ser el manejo médico y cómo se tienen que tratar las complicaciones, si las hubiese.
Por desgracia, en la actualidad no existen medidas que permitan prevenir estas anomalías.
Es un tipo de cáncer situado en los huesos o en los tejidos blandos. El sarcoma de Ewing es el segundo cáncer de hueso más común en niños, y normalmente se presenta entre los diez y los veinte años. También es más común en hombres que en mujeres. El sarcoma de Ewing y los tumores neuroectodérmicos primitivos (PNET) son un tipo de cáncer que incluyen diversos tipos de tumores malignos que comparten una anormalidad cromosómica común. Los tumores de Ewing están formados por células pequeñas no diferenciadas y suelen encontrarse con más frecuencia en uno de los huesos largos de la pierna o del brazo, en los huesos planos de las costillas o la pelvis, o bien en la columna. También puede ser que se presenten en cualquier otro hueso del cuerpo o en tejidos blandos.
El tumor de Ewing situado en el tejido blando se denomina sarcoma de Ewing extraesquelético. Y se suele dar en el muslo, la pelvis, en áreas de la columna, en la pared del tórax o en los pies.
El tumor neuroectodérmico primitivo en huesos o tejidos blandos es el menos común de la familia de tumores del sarcoma de Ewing. Está formado por células nerviosas inmaduras.
Los síntomas más comunes del sarcoma de Ewing son:
También puede haber inflamación o una masa alrededor del hueso o del tejido afectado. Muy a menudo, en el momento del diagnóstico se encuentra una fractura patológica (una rotura sin traumatismo), ya que el tumor ha debilitado el hueso. Otros síntomas menos comunes de este tipo de tumor son la pérdida de peso y la fiebre.
Las neoplasias malignas en niños y adolescentes son enfermedades poco frecuentes, pero son una de las causas de morbilidad más importante en estos grupos de edad. El sarcoma de Ewing representa el 3 % de los cánceres diagnosticados a niños en España. Cada año hay 30 nuevos casos en menores de 14 años.
En caso de que el niño presente síntomas de este sarcoma, el médico puede hacer varios exámenes de diagnóstico que pueden incluir:
Estos exámenes ayudarán a determinar el tamaño y la ubicación del tumor y a indicar si se ha propagado a otras partes del cuerpo
Frecuentemente se utilizan tres tipos de terapia para tratar los tumores de Ewing. Siempre se utiliza la quimioterapia porque la cirugía (sea para salvar el miembro o sea para amputarlo) o la radiación se usan para el control local. El tipo de terapia va a depender de la edad del niño, de la ubicación del tumor y de si se ha propagado a otras partes del cuerpo.
Actualmente no hay medidas que permitan prevenir este tumor.
El ductus o conducto arterioso es una estructura vascular que conecta la aorta con la arteria pulmonar. Esencial para la vida fetal, se cierra espontáneamente después de nacer en la mayor parte de los recién nacidos a término. En los niños prematuros, sin embargo, el cierre del ducto se produce, con frecuencia, más allá de la primera semana de vida.
El signo clínico más frecuente es la aparición de un soplo por debajo de la clavícula izquierda. La persistencia del ducto arterioso puede venir acompañada de frecuencias cardíaca y respiratoria elevadas y también del aumento del flujo pulmonar. Este aumento provoca congestión y eso dificulta la maduración pulmonar en los casos de niños prematuros.
Afecta básicamente a los bebés que nacen de manera prematura. La incidencia de persistencia de ducto arterioso en prematuros con menos de 1.500 g de peso es de un 30 %.
La persistencia del ducto arterioso se detecta mediante una ecocardiografía.
Cuando el ducto repercute sobre el estado del bebé, el tratamiento inicial es médico y farmacológico.
La indometacina es el fármaco que se utiliza como tratamiento estándar para el cierre farmacológico del ducto arterioso. También se puede utilizar el ibuprofeno, un antiinflamatorio que también da buenos resultados en estos casos.
El cierre por cateterismo es una práctica habitual. Consiste en insertar un dispositivo en el ducto arterioso para cerrarlo. Normalmente, los candidatos para este tipo de cierre serían los de ductus arteriosus más pequeños de 3 mm de diámetro y con un peso adecuado.
El tratamiento quirúrgico se reserva para aquellos pacientes en los cuales ha fracasado el tratamiento farmacológico, o cuando este está contraindicado, y en los casos en los que el cierre por cateterismo no sería recomendado.
El pronóstico es excelente tanto en el cierre por cateterismo como en el quirúrgico. Las tasas de recanalización del ducto se estiman entre un 0 y un 3 %.
La epidermólisis ampollosa (EA) es una enfermedad que engloba un grupo de desórdenes determinados genéticamente y que se caracterizan por la excesiva fragilidad de la piel y las mucosas ante traumas mecánicos mínimos. La enfermedad aparece en el momento del nacimiento o en los primeros años y dura toda la vida. El pronóstico es variable, pero suele ser grave. La edad de supervivencia son los 50 años y la enfermedad comporta complicaciones infecciosas, nutricionales o neoplásicas. Actualmente no tiene un tratamiento eficaz.
En función de la zona de la piel donde se produce la ampolla, la enfermedad se divide en cuatro grandes grupos y, a su vez, en más de 32 subgrupos.
Los síntomas cutáneos más frecuentes son la aparición de ampollas en las zonas de más fricción como las manos y los pies. Son lesiones hemorrágicas que pueden producir costras que se infectan con facilidad y prurito constante. El rascado contribuye a la aparición de nuevas lesiones y a la sobreinfección de las ya existentes.
Una vez se ha curado la ampolla, aparecen quistes de millium, cicatrices atróficas o hipertróficas que originan sindactilias de manos y pies, contracturas articulares, así como deformidades estéticas y limitación funcional en el uso de las manos o en la deambulación. Todo eso comporta una pérdida de autonomía.
Además, las heridas crónicas pueden producir carcinomas cutáneos de gran agresividad.
Aparte de eso, también puede desencadenar manifestaciones extracutáneas, como la participación en anexos de la piel, los dientes y los sistemas gastrointestinal, tracto urinario y el epitelio pulmonar.
La enfermedad presenta una prevalencia baja y afecta a uno de cada 17.000 nacidos vivos en el mundo.
Para detectar la enfermedad principalmente se hace un mapeo por inmunofluorescencia y microscopia electrónica. Además, en el caso de estos pacientes el diagnóstico genético es obligado porque la enfermedad puede implicar una evolución y pronóstico diferentes.
Aunque se está investigando, de momento, es una enfermedad que no tiene cura, pero sí se pueden hacer tratamientos preventivos y sintomáticos de las lesiones cutáneas, así como de las complicaciones sistémicas. Cuando se manifiesta la patología es vital la actuación rápida, ya que de ello depende la calidad y la esperanza de vida de los pacientes.
Actualmente, se están investigando nuevas terapias celulares y moleculares para combatir la enfermedad.
El virus del papiloma humano (VPH) en general se transmite por la vía sexual y, principalmente, infecta la piel (pene, vulva, ano) o las mucosas (vagina, cuello uterino y recto) de las áreas genitales tanto de los hombres como de las mujeres. Asimismo, puede surgir en el área bucal y de la zona faringoamigdalar.
Es una transmisión muy frecuente y en la mayoría de casos no produce ninguna patología. No obstante, puede desencadenar una enfermedad benigna en forma de verrugas o, con menor frecuencia, diferentes tipos de cáncer. En el caso de la mujer, el VPH puede producir cáncer en el cuello uterino.
El virus del VPH se transmite por contacto directo, piel con piel y sexual, y no por los fluidos. En la mayoría de las ocasiones, un 90 % de los casos, desaparece de manera espontánea, pero mientras el virus está presente es transmisible.
El VPH se clasifica en función del riesgo que tiene o no de desarrollar cáncer:
Hay que destacar que una persona se puede infectar con más de un tipo de VPH. Además, la persistencia de una infección puede acabar desarrollando un cáncer en el cuello uterino, la vulva, el pene, el ano o la orofaringe.
En concreto, el virus inicia unos cambios displásicos en las células epiteliales que evolucionan hasta que se produce un cáncer invasivo. Eso sucede progresivamente y desde que se produce la infección hasta que se desarrolla la enfermedad pueden pasar hasta veinte años.
Pueden aparecer verrugas genitales o salir como pequeñas protuberancias o grupos de ellas en la zona genital de varios tamaños y formas.
En el caso del cáncer no aparecen síntomas hasta que no se está en un periodo muy avanzado. En el de cuello uterino los síntomas que se manifiestan son:
En Cataluña la incidencia del cáncer uterino es de 7,2 casos por cada 100.000 mujeres al año (2003-2007), lo que implica que represente el 2,8 % de todos los tumores del sexo femenino. Entre la franja de edad de entre 35 y 64 años esta incidencia asciende hasta los 16,1 casos por cada 100.000 mujeres. Además, el riesgo de desarrollar esta patología es de una por cada 106 de las mujeres que viven hasta los 75 años.
En el caso del cáncer anal tiene una incidencia anual de 1,8 casos por cada 100.000 habitantes, pero en el caso del grupo de hombres que tienen relaciones con otras personas del mismo sexo y están infectados por el VIH la afectación sube hasta los 70 o 128 casos por cada 100.000 hombres.
Cuando aparecen verrugas, el diagnóstico suele ser clínico o por biopsia. Con respecto al cáncer, se detecta por medio de una citología, que permite ver los cambios anómalos en las células antes de que se desarrolle. Si esta prueba resulta anómala se puede complementar con una colposcopia, que permite examinar el cuello del útero a través de una lupa y tomar muestras.
Principalmente, la detección del VPH forma parte de una estrategia preventiva para detectar el virus antes de que este se convierta en una patología.
No existe un tratamiento antiviral específico para el VPH.
Con respecto a las verrugas, en la mayoría de los casos se pueden eliminar por medio de una cirugía, pomadas u otros tratamientos.
Si se desarrolla un cáncer, dependerá de la etapa en la que se diagnostique. Por ejemplo, si se detecta de una manera precoz en el cuello uterino puede comportar la extirpación de tejidos lesionados, mientras que, cuando está más avanzado, puede requerir una histerectomía, radioterapia o quimioterapia.
Para evitar la infección del VPH es esencial el uso del preservativo. En cambio, en el cáncer del cuello uterino la prevención se basa en una vacuna, que es altamente eficaz. También se realiza un cribado periódico mediante una citología cervical (prueba de Papanicolau). Sin embargo, esta estrategia se está cambiando por el uso de técnicas de detección del virus y así, junto con la citología, poder seguir las diferentes etapas del proceso de la enfermedad (adquisición, persistencia, progresión a lesiones precancerosas e invasión).
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